Aprovecando las fiestas de Semana Santa, hemos realizado una pequeña escapada de un día a la zona del Parque Natural de Doñana y sus alrededores. Nuestra primera intención era realizar cualquiera de los senderos señalizados que parten desde los distintos centros de visitantes del parque (Rocina, Acebuche, Acebrón, etc), pero esto cambió rápidamente al llegar al centro de visitantes e informarnos el guarda de allí que los animales domésticos no pueden entrar al parque.
No es que dicho guarda no quisiése que pasásemos, sino que en estos parques, al existir especies protegidas y en serie peligro de extinción (Lince Ibérico, por ejemplo), no está permitida la entrada de ningún animal doméstico, ya no sólo porque éste pueda atacar/dañar algún animal del interior del parque, sino porque cabe la posibilidad de contagio de enfermedados que puedan ser fatales para dichas especias.
Esto no truncó nuestro planes, sino que decidimos buscar alguna alternativa cercana. La respuesta fue ir a ver y andar un poco por las playas de Matalascañas y el Acantilado del Asperillo.
No conocíamos mucho esta zona, sabíamos que había un sendero por allí llamado Cuesta Maneli, y fuimos en su búsqueda. Tomamos la carretera que va desde Matalascañas hacia Mazagón (A-494), y a poca distancia de la primera rotonda (ver mapa) llegamos a una pista en la que podremos dejar el coche aparcado.
Desde aquí comenzamos una bajada pegados a los límites de un camping abandonado (en algunos momentos hay que cruzar esta valla) hasta llegar al límite del acantilado, por donde podremos avanzar en dirección a Mazagón y paralelos a la playa.
Desde aquí tendremos unas vistas impresionantes de la playa, así como de Matalascañas y su Torre de la Higuera, que veremos a nuestra izquierda.
Seguimos avanzando dejando Matalascañas a nuestra espalda, hasta que encontramos un camino por el que bajar a la playa, por la que seguimos paseando y disfrutando de un día soleado. Aunque cómo no, quienes más lo disfrutaron fueron los peques y nuestro perro Dartacán...
Un día estupendo nos acompañó y permitió disfrutar toda la mañana de esta joya de la naturaleza, así como despejarnos y alejarnos un poco del día a día y de la rutina.
Ya una vez nos hubimos relajado un poco, tocaba la vuelta atrás hacia el coche, y la temida cuesta arriba, pero con un poquito de esfuerzo lo conseguimos y pusimos rumbo hacia la aldea del El Rocío, para , ya que no pudimos ver los humedales de Doñana, ver las marismas del Rocío, que en esta época del año y con las temperaturas que tenemos están a rebosar de fauna. Allí y con la ayuda de unos buenos prismáticos el tiempo pasaba sin que apenas nos diésemos cuenta.
Tras habenos deleitado con las vistas de las marismas, toca la visita a la aldea, pasear por esas calles arenosas que nos traen a la cabeza imágenes de las pelis del oeste; la visita a la ermita para ver la imagen de la Virgen y ya de paso, ponerle una vela para que nos permita seguir haciendo excursiones de estas durante mucho más tiempo...
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